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Correa acaba con el silencio del Metropolitano

El argentino firma el único gol ante un combativo Elche que apretó hasta el final y suma tres tantos en dos partidos. Los rojiblancos duermen líderes

Correa celebra su gol ante el Elche con De Paul.

Las pausas de hidratación se han ganado el derecho a formar parte de la mística rojiblanca. Si de una charla de Diego Pablo Simeone, bajo el calor aún soportable de mayo, enarboló el Atlético su revolución frente a Osasuna, camino del título liguero, tras otro minuto de respiro, fruto del tórrido agosto madrileño, arrancó el conjunto madrileño el primer alarido al Metropolitano, casi una vida después. Fue Ángel Correa quien despertó a su gente y rescató al estadio de un silencio demasiado largo. Más de 500 días después de aquel último balazo de Joao Félix al Sevilla (7 de marzo de 2020), el argentino, desencadenado frente a la portería rival, lanzó ese anhelado primer fogonazo al cielo del Wanda, poco antes del descanso. Su bota luce afinada y afilada. Todo equipo necesita un ángel y la grada atlética respira tranquila porque sabe que lo tiene. Por mucha intriga final que hubiera, lo único que queda es Correa.

Con el corazón aún encogido por los homenajes, por los recuerdos a tanta gente que se quedó en el camino, en esta extraña senda de silencio que desencadenó el coronavirus, arrancó el Atlético, al fin, delante de su parroquia. Para algunos como Kondogbia o De Paul, titulares ambos, era la primera vez. La que dicen que nunca se olvida. Al jugador africano, con Hermoso sancionado, le tocó disfrazarse de central para no alterar el dibujo. Había sido el mejor en la medular rojiblanca en Balaídos, siete días atrás, y tocaba acatar órdenes. Junto a Savic y Giménez, y sin desentonar, resguardó con firmeza la meta de Oblak.

Sin embargo, hasta la citada pausa de hidratación (minuto 28), al Atlético, que arrancó enérgico, le costó librarse de la red que había tejido Fran Escribá para su Elche. Entre el dibujo rival y el sofoco del termómetro (36 grados), los rojiblancos apenas sobresaltaban a Kiko Casilla. Acaso lo logró Saúl, que parece haber cobrado vida, con un latigazo lejano que ni siquiera alcanzó la orilla. Acaso Thomas Lemar, al que los aficionados habían visto despegar desde el televisor, tras darlo por amortizado camino del confinamiento. De aquel Lemar encogido y acobardado a éste, osado y divertido. El francés que sedujo al Atlético en el verano de 2018 hace tiempo que se hizo carne. Y ahora, además, lo puede disfrutar su afición a sólo unos metros de distancia. Sin pantalla por medio que valga.

No pasó apuros el Elche, que sobaba el balón sin sobresaltos. Pero llegó la pausa de hidratación, asomó la zapatilla de De Paul, fichado para ocurrencias quirúrgicas como la que firmó, cometió un borrón Casilla, lento en su salida y errático en el despeje, y, finalmente, volvió a levitar Correa, como ya había hecho una semana atrás en Vigo. Un recorte por aquí, un quiebro por allá y un lanzamiento con exterior de su bota derecha a la escuadra. Es el nombre con más impacto en este arranque de temporada.

GRITO DE GUERRA POR SUÁREZ

Se marchó el Atlético al vestuario con una sonrisa de oreja a oreja y rugió el estadio al unísono cuando, en la reanudación, vio levantarse a Luis Suárez del asiento para iniciar el calentamiento en la banda. Y se vino abajo cuando, a la hora de velada, asomó por primera vez vestido de rojiblanco ante los ojos de su hinchada. El grito de guerra, el célebre «¡Uruguayo, uruguayo!», recuperó los decibelios de otras épocas. Para entonces bien pudieron haber zanjado el asunto los de Simeone, de no haber mediado Casilla. Un saque de esquina de Koke y un cabezazo de Giménez, fórmulas invariables (pongamos Godín en vez de Josema) que siguen siendo útiles por muchos años que pasen.

La grada se divertía, a pesar de la intriga que reflejaba el marcador. La amenaza del Elche era ahora el rockero argentino Benedetto, acostumbrado a intensas batallas en su país. Escribá y sus animosos muchachos nunca perdieron el partido de vista, mientras el Atlético trataba echar el lazo a su segunda victoria del curso. Suárez permanecía con el gatillo preparado y a Oblak no se le reclamó ningún milagro.

Sin embargo, ante las dudas, que siempre asaltan cuando el marcador no aporta certezas, Simeone se subió sobre su afición. Como siempre había hecho hasta que el silencio lo envolvió todo. La grada empujó y el Atlético alcanzó tierra. No anduvo sobrado, pero le bastó para seguir caminando y dormir líder. Para continuar con decisión un sendero que sólo acaba de arrancar.

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